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La guinda del pastel





¡Hola lectores!

Hoy os presentamos a Fátima Ricón Silva, una escritora nacida en Guipúzcoa que, desde bien pequeña, era una ávida lectora y procesaba un gran amor por la literatura.

En su casa guardaba fielmente sus sentimientos, experiencias en bocetos y notas desperdigadas en un cajón, sin atreverse a sacarlas a la luz. Un buen día alguien le confesó el océano de emociones que había experimentado al leer sus escritos. Desde aquel momento, Fátima decidió mostrar su arte tan preciado al resto del mundo.

Y entonces nació, su pequeña joya, su ópera prima; la que hoy os presentamos en la sección “Obras publicadas”, mis queridos lectores.

En noviembre del 2009 Fátima publicó la novela corta “La guinda del pastel”. Una obra amena, divertidísima, y muy entrañable, que salía con una tirada de 228 ejemplares. Esta obra la presentó en un lugar inaudito, en el salón de actos del Palacio Barrera, acompañada de amigos, familiares, representantes municipales, y otras personas interesadas por el libro. Y especialmente junto con María, su amiga, escritora y periodista y su esposo Ramón; que la acompañaron y animaron en todo momento. Fátima nos cuenta con sus propias palabras:


Cuando llegué al salón de actos, con mis libros, mis flores, mis nervios y mi marido, en la serenidad de la ausencia inicial de personas, mis reflexiones y cavilaciones se disparaban. El deseo de escapar de allí asomó instantáneamente. Logrando reprimirlo, rememorando cuando estudié la carrera de Derecho en la Universidad del País Vasco, en la cual los cursos de Derecho Político finalizaban con un categórico examen oral, en el que los malditos nervios me comían sólo por el hecho de tener que hablar en público.
Superado este significativo escollo, apareció María acompañada de dos personas y la sensación de vértigo definitivamente desapareció.
Comenzaron a venir personas, saludaba a todo el mundo entusiasmada, todos, conocidos y desconocidos, me prodigaban palabras hermosas y de aliento, que hoy en día han quedado para siempre posadas en mi corazón.
Gracias a todos.
Iniciamos el acto, en primer lugar María desplegó un discurso emotivo y práctico de la novela y la autora.
Luego proseguí yo, un traguito de agua, y después de unos problemas con el volumen de mi voz, y un pensamiento insensato tal como ¿Qué hago yo aquí?, me aceleré y disfruté contando a los presentes las peripecias de la creación, publicación, el argumento resumido, mis proyectos, finalizando con un sincero y emotivo agradecimiento.
Luego una considerable procesión de lectores que deseaban que plasmase una cariñosa dedicatoria. A lo que me presté ilusionada y encantada. Qué bonito fue idear dedicatorias distintas para cada persona”.

Después de esto su primera novela fue un éxito, ¡arrasó como un soplo de aire fresco! En el primer mes ya se habían agotado las existencias. Actualmente, ya está a la venta la segunda edición.

Título: La guinda del pastel
Autora: Fátima Ricón Silva
Editorial: Slovento
Año: 2009
Lugar publicación: España
Páginas: 174
IBSN: 978-84-613-4748-3
Encuadernación: tapa blanda
Precio: 15 euros


Sinopsis:

Yoana tiene treinta y tres años y desea crear una propia vida, sin depender de formalismos y realizar sus aspiraciones, sin tabúes ni cortapisas. Le encantaría encontrar una pareja, un príncipe, de aquellos que aparecen en las leyendas – pero que sea azul, no verde de los que piensan sólo en el sexo, ni negro maltratador, ni gris aburrido-. Sin embargo, ella es una persona tranquila, serena y un poco indecisa a la hora de enfrentarse a los nuevos retos. Pero su vida dará un giro radical cuando conozca a Rocío y encuentre un nuevo empleo.


¿Quieres saber más acerca de las aventuras y desventuras de Yoana? ¿de cual será su guinda del pastel?

Pues... ¿a qué esperas para tener su novela en tu biblioteca? Podrás encontrarla en los establecimientos
Eroski de Ordizia, Tolosa, Garbera, Urbil, algunas librerías particulares, y contactando con la misma autora en su blog: fatimar1.blogspot.com

Y aquí os dejo el segundo capítulo de “La guinda del pastel”. ¡Disfrutad y saborearlo a grandes bocados!



Cuando llevaba unos meses trabajando en la aseguradora, después de ahorrar unos pocos euros, decidí independizarme. Las comisiones por mis ventas me habían permitido hacer un pequeño saco de pasta. Tenía edad sobrada y ganas de hacer mi vida, así que me puse a buscar un piso de alquiler cercano a mi lugar de trabajo que me permitiera ir caminando y evitar utilizar transporte. No tenía coche, sí permiso de conducir que me había sacado con dieciocho años. Pero desde el día en que lo aprobé, no había vuelto a conducir, es decir, que no tenía ni puñetera
idea de manejar un coche. Como era consecuente de mis limitaciones, no se me ocurriría coger uno sin antes pasar por la autoescuela y hacer unas prácticas.

Era muy calculadora; mi sueldo inicial era mileurista más comisiones, y me gustaba vivir bien. Después de dos meses de independencia, comprendí que debía buscar una compañera de piso para compartir gastos. De esta manera podría llevar un tren de vida de viajes, parrandas, compras y demás caprichos. En mis planes sólo se proyectaba el ahorro en lo básico para disponer de dinero para disfrutar de todo lo que me apeteciera. Me imagino que era una reacción
normal después de tantos años de estrecheces.

Ir a comer o a cenar casi todos los días a casa de mis padres o de mis tíos se había convertido en una cómoda costumbre disfrazada de necesidad. Con esta estrategia ahorraba muchos euros y ellos estaban felices por verme todos los días.

Ante mí se presentaba una tarea difícil, reconocer a la compañera de piso ideal. Puse un anuncio en el supermercado al que acudía a diario a realizar mis escasas compras, y al día siguiente ya tenía en el buzón de voz cuatro mensajes de personas interesadas. De las cuatro sólo llamé a dos y me cité con ellas un sábado por la tarde. Con la más joven quedé a las cinco de la tarde. Se llamaba Tania, tenía veinte años y daba la sensación de que buscaba una madre en lugar de una compañera de piso; además, no tenía trabajo estable, lo que me provocaba una incertidumbre acerca de si cumpliría todos los meses con sus obligaciones pecuniarias, por lo cual, con mi mejor sonrisa, la despaché en quince minutos.

Con mi otra potencial compañera quedé a la seis de la tarde. Ésta era Rocío, una sevillana salerosa que, además de tener un aspecto envidiable, atractiva y bien vestida, era tremendamente simpática y tenía un buen trabajo. Trabajaba como representante comercial de productos informáticos e iba a estar dos años en la zona norte, viajando por la misma constantemente durante la semana, y por lo tanto se ausentaría varios días a lo largo de ésta. Le interesaba, sin embargo, tener un domicilio fijo donde descansar los fines de semana y hacer amigos y conocidos para poder realizar una vida social y conocer los modos y costumbres del lugar.

Cuando mencionó estos temas, se me abrió el cielo; iba a estar sola varios días a la semana y me iba a ayudar a pagar a medias todos mis gastos.

«¡Ésta es la mía!», pensé.

A continuación nos dirigimos al piso. Lógicamente lo quería ver antes de decidirse. Le gustó. Después de discutir a propósito de los gastos, llegamos a un acuerdo final y quedamos para que al día siguiente, domingo, se trasladase a la vivienda.

Como yo no tenía nada especial que hacer, me ofrecí a ayudarla. Rocío aceptó y me indicó la dirección del hotel donde se hospedaba para que yo fuera al día siguiente.

El domingo a las nueve de la mañana ya me dirigía yo al hotel. Ella me estaba esperando, se había levantado temprano para hacer las maletas.

Como no habíamos desayunado, fuimos a una cafetería cercana, nos metimos entre pecho y espalda unos cuantos cruasanes y dos colacaos.

Rocío me resultaba tremendamente simpática, su acento, sus expresiones andaluzas, su actitud tan positiva ante las cosas.

Pero mi natural desconfianza, interiormente, decía: «esto no puede ser tan perfecto, llegará el momento en que me la dé con queso».

A continuación nos pusimos manos a la obra e hicimos el traslado en un periquete.

Ya en casa nos dispusimos a hacer el pertinente reparto de obligaciones e intentar crear un horario de uso y disfrute del único baño que existía en el piso.

Rocío fregaría los platos los días que estuviera en casa por las noches; el baño y la sala, asimismo, lo limpiaría ella. Yo haría las limpiezas diarias e intentaría mantener la casa decentemente en condiciones a lo largo de la semana, cuando estuviera sola. Respecto al baño no habría problemas,
puesto que nuestras horas de levantarnos a las mañanas no coincidían nunca, excepto cuando fueran nuestros días de descanso, cuestión que iríamos solucionando sobre la marcha.
Las habitaciones serían asunto de cada una, que se ocuparía de su mantenimiento, orden y limpieza personalmente.
El resto de las tareas, que son innumerables (lavadoras, limpiezas generales, etcétera), las iríamos organizando de forma natural y cuando lo requiriese, es decir, se quedó un poco en
el aire.

Aparentemente las dos parecíamos ser muy limpias y meticulosas, organizadas y responsables; sólo el tiempo de convivencia nos permitiría ver si este maridaje sería exitoso.

Iba transcurriendo el tiempo y la convivencia con Rocío resultaba fácil de verdad. Muchos días no dormía en casa, pero cuando estaba era estupendo, una compañía fantástica.
A lo largo de las semanas pasamos de ser extrañas compañeras de piso a auténticas amigas, de manera que los días que se ausentaba por su trabajo la echaba sinceramente de menos.

Poco a poco fui dejando de lado a las pocas amigas que tenía y me dediqué a enseñarle a Rocío la ciudad y los alrededores. Salíamos de copas, al cine, a dar largos paseos por el monte. A veces nos acompañaba Gorka.

Rocío estaba encantada con la dedicación que yo le ofrecía y me invitó a comer a un restaurante:

—Te quiero agradecer el apoyo que me has prestado, tus atenciones. No me he sentido sola gracias a ti, así que mañana nos vamos a comer a algún lugar de estos que hay por estos lares, comida de cinco tenedores, ¿de acuerdo?

Como soy una buitre descerebrada, en lugar de decirle: «no, mi amistad no debes pagarla, es altruista, yo también estoy agusto contigo, tú asimismo me das mucho...» y todo tipo de excusas, acepté sin pensarlo. Le propuse ir al restaurante de Tristán Muñoa, famoso cocinero que hacía un programa televisivo de cocina. Sospechaba que Rocío tenía unos ingresos elevados. Las cosas le iban muy bien económicamente, por lo cual mi conciencia no se vio tocada en absoluto y me dispuse a aprovecharme de la situación.

Nos pusimos nuestras mejores galas, más bien las mejores galas de Rocío, puesto que me prestó un conjunto de Donna Karan y un bolso de Calvin Klein. Estaba monísima, a pesar de que me quedaba un poco justo y la cremallera del pantalón y el botón no me ataban, pero esto quedaba oculto por un blusón largo que esperaba no reventar después de la comilona. Ella iba espectacular con un conjunto de falda y chaqueta de Miriam Ocáriz.

Llegamos al restaurante en el coche de Rocío; estaba en un paraje magnífico situado en un monte verde, rodeado de frutales que en esta época lucían en todo su esplendor. Rocío estaba impresionada; le encantaban estos paisajes montañosos del norte, le alegraban el alma, decía ella.

Había bastantes coches en el aparcamiento y, como no teníamos reserva, existía el riesgo de que no hubiera mesa para nosotras.

Entramos en el local y una persona amabilísima se dirigió hacia nosotras:

—Buenos días, deseábamos una mesa para comer.

—Han tenido suerte, únicamente queda una mesa para dos, hoy estamos completos. Síganme, por favor.

Rocío y yo seguimos al muchacho que nos acomodó en una mesa tan pequeña que nos echábamos el aliento la una a la otra. Además, estaba ubicada en la línea de paso para ir al baño, justo, justo al lado de la puerta del mismo. La mesa no era de lo más acogedor, pero ese pequeño detalle no iba a estropear el momento. Nos trajeron la carta y debatimos durante un buen rato qué es lo que íbamos a comer:

—Anímate, Yoana, elige tú los platos, que sean típicos de la zona, quiero probar las exquisiteces de la buena mesa vasca.

—Mira, Rocío —le dije—, vamos a comenzar con un revuelto de sisas, que es delicioso, y después...

—¿Revuelto? ¿Sisas? Mira, niña, para ti pide lo que quieras, pero para mí pide algo que suene mejor, que sólo con el nombre a mí sí que se me revuelve el estómago.

La miré un poco sorprendida y le dije:

—Venga, vale, unas alubias de Tolosa con todos los sacramentos y...

—¿Alubias? ¡Quilla! Si me paso toda la semana comiendo menús del día y alubias, que, aunque no sean de Tolosa...

En este momento viene el camarero a tomarnos nota del menú.

—Disculpe —le digo—, todavía no nos hemos decidido.

—No se preocupen, volveré en unos minutos.

Después de un pequeño rifirrafe, terminamos escogiendo una alfombrilla de ibéricos extremeños y cordero asado con verduras de la huerta, todo ello regado con un Albariño.

—¿Ésta es la sevillana que quiere probar platos de la región?

Rocío, un poco azorada, me pidió disculpas:

—Niña, es que con toda la pasta que me va a costar esto, no quiero arriesgarme a probar nada raro, ni tampoco a comer alubias a precio de marisco.

No pude evitar lanzar una carcajada, contagiando a Rocío, desembocando ambas en una risa loca y descalabrada. El postre fue lo único que realmente elegí yo. Era un típico postre vasco, una deliciosa intxaursaltsa que la dejó extasiada por su finura y sabor. Asimismo, nos tomamos después del café una estupenda copita de patxaran.

Cuando nos trajeron el patxaran, nos indicaron que había una promoción para la cual debíamos cumplimentar una tarjeta con la que participábamos en un sorteo de un viaje para dos personas a la República Dominicana. Ni cortas ni perezosas y entre bromas completamos el billete promocional y comentábamos:

—Imagínate, Rocío, si nos toca el viajecito de marras.

—Sí, Yoana, nos vamos para allá y nos desatamos toas con los dominicanos.

Cuando acabamos de comer y Rocío pagó la dolorosa, nos fuimos a casa a echar la siesta. La comida y la bebida habían sido copiosas y teníamos una modorra que no podíamos con ella.

La vida continuaba, rutinaria y monótona. Nuestros trabajos. Mi búsqueda del compañero soñado la había aparcado momentáneamente.

Transcurridas dos semanas de nuestra típica comida del país, estando en casa después de comer, leyendo el diario, veo en un pequeño recuadro, al lado de las noticias locales de un pueblo del contorno... ¡mi nombre! ¡Con todos sus letras! ¡Y en mayúsculas!

¡La leche! Mejor dicho, ¡el patxaran! ¡Nos había tocado un viaje para dos personas a la República Dominicana! Nueve días con todos los gastos pagados, todo incluido, en un hotelazo de cinco estrellas.

¡Aaarrrrgggg! El móvil, ¿donde está el maldito móvil? Tenía que contárselo a Rocío. Estaba tan nerviosa que no localizaba el teléfono por ninguna parte. No estaba en el bolso, ni en la mesita del recibidor, tampoco en la cocina, encima del microondas, donde lo ponía habitualmente.

«Por favor», me preguntaba, «¿dónde anda ese maldito artefacto?». Y nunca mejor dicho, porque parecía que había desaparecido por patas. Busco en el salón, por mi habitación... «Ojalá que me llame alguien ahora», pensaba, «así por el sonido lo ubico». Pero nadie llamaba...

Paseaba agitadamente por todas las estancias de la casa en su búsqueda, pasando una y otra vez por los mismos lugares. Me doy cuenta de que con los nervios me han entrado unas ganas de orinar terribles.

«Bien, Yoana», me digo a mí misma, «ve al baño y relájate, piensa en el último momento en que has utilizado el móvil».

Voy al servicio y cuando me bajaba las medias, veo el maravilloso móvil de última generación reposando plácidamente en la tapa del bidet. Lo cojo y me siento en el inodoro a la vez que marco el número de Rocío y comienzo a mear. Con las prisas del momento se me había olvidado bajarme las bragas.

—Rocío, Rocío, que me ha tocado, nos ha tocado... el viaje a... ¡Ostras! ¡Qué asco!

—Pero Yoana, niña, ¿qué te ha tocado que te da tanto
asco?

—Las bragas mojadas. ¡Puaj! El viaje...

—¡Ay, muchacha! No te entiendo y me estás preocupando. Tranquilízate, por favor, y explícamelo.

—¡Ja, ja, ja! ¡Que me he meado en las bragas con la precipitación de telefonearte! Sólo me he bajado las medias —le decía sin poder parar de reír—. Pero eso ahora no importa.
Nos ha tocado el viaje a la República Dominicana que sorteaba el patxaran La Andarina. ¿Te lo puedes creer?

—¡Ole mi niña! ¡Que viva la virgen de Triana y todas las vírgenes! Nos vamos al Caribe. ¡Guaaaauuuuu! Mañana voy para casa y hablamos, ahora ve y cámbiate las bragas. No
vaya a ser que te enfríes el...

No me lo podía creer, las dudas y mi desconfianza innata me hacían pensar que sería un tongo, que nadie se pondría en contacto conmigo y que esto se quedaría en agua de
borrajas. Pero al mismo tiempo una ilusión progresiva se apoderaba de mí y veía un sol reluciente, mulatos con grandes y oscuros ojos, playas de arenas finas, margaritas y ron.

Al día siguiente una señorita muy amable, pero que muy amable, se puso en contacto conmigo. Sonaba mi móvil, el maravilloso artefacto, número desconocido, voz desconocida, mensaje conocido y maravilloso.

—¿Es usted la señorita Yoana Rivas?

—Sí, dígame.

—Soy Beatriz Riesgo y le llamo desde el departamento de marketing de patxaran La Andarina. Me agrada comunicarle que es usted una de las ganadoras de un viaje para dos personas al Caribe.

Ya no escuchaba nada. ¡Qué emoción!

—Le ruego se pase por la agencia de viajes Buhón de su localidad para concretar las fechas y para que se le entreguen los billetes y documentación oportuna. Enhorabuena, y gracias por consumir nuestros productos. Además le vamos a obsequiar con una caja de botellas de patxaran y unas camisetas.

Esto va por buen camino.

Al atardecer llegó Rocío. Estaba emocionada y preguntaba sin parar, no me dejaba contestar y ya hacía una nueva pregunta; y que si han llamado, y cuándo, y qué te han dicho, y cómo... Esperé unos minutos hasta que finalizó la ráfaga de preguntas y le relaté el asunto con todo lujo de
detalles.

Era la hora de cenar; decidimos meter una pizza al horno y, con unas cervecitas, estuvimos hasta la una de la madrugada charlando respecto a las fechas en las cuales queríamos
ir, planes y locuras que íbamos a realizar.

Al día siguiente, después de salir del trabajo, fuimos Rocío y yo a la agencia Buhón.

Nos presentamos allí y, después de esperar un cuarto de hora, nos atendió una comercial que era más seca que una uva pasa.

—Hola, buenas tardes, soy Yoana Rivas, y soy una de las agraciadas con un viaje para dos personas a la República Dominicana que ha sorteado patxaran La Andarina.

La chica, en cuya tarjeta identificativa se leía Naia, nos mira con cara de extrañeza y me dice:

—No sé de lo que me está hablando. Espere que voy a consultar. ¡Nerea! —grita la tía—. ¿Sabes tú algo de algún concurso de patxaran La Andarina?

Y la tal Nerea, que estaba atendiendo a otros clientes en la otra esquina de la oficina, a grito limpio le contesta:

—¡Ah, sí! Mira en el archivador rojo, que está ahí toda la documentación.

Naia se levanta de su silla, acompañando este acto con un bufido de hastío, y arrastrando los pies se dirige a un archivador rojo que se encontraba detrás de ella.

Rocío y yo nos miramos, aprovechando que ella estaba de espalda, e hicimos unos gestos que venían a decir: «¡Qué lerda!». Después de enredar en el archivador unos minutos, vuelve con una maravillosa carpeta, se sienta y emite otro bufido.

—Su Documento Nacional de Identidad, por favor.

Rebusco la cartera por mi bolso, saco mi carné y se lo entrego a Naia. Ella hace las comprobaciones oportunas y nos entrega un documento en el que pone las fechas cerradas
en las que podemos viajar. Nuestro gozo en un pozo: el viaje es en plenas fiestas navideñas. ¡Por favor! Nuestras familias no nos perdonarán que no estemos con ellos.

Discutimos acerca de este asunto con Naia, pero no hay opción. O lo tomamos o lo dejamos, y si lo rechazamos, «según las normas del concurso se le entregaría el viaje a otra persona que hubiera participado», lee Naia muy aplicada. Parecía que la tal Naia estaba disfrutando con todo este
asunto.

Lógicamente terminamos aceptando las condiciones y, después de recoger toda la documentación del viaje, salimos de la agencia y nos vamos a tomar un café.

—¡Qué putada! —dice Rocío.

—Sí, esto era un chollo, alguna pega tenía que tener. Pero yo me voy, Rocío, ya me apañaré con mi madre. Esta oportunidad no la dejo pasar ni loca.

—¿Sabes qué te digo, Yoana? Que yo también, ¡aunque me deshereden!




Escrito y facilitado por: Adala Cyrene






2 comentarios:

  1. Tuve el placer de coincidir con Fátima, tras navegar, durante horas y horas, por distintos blogs.
    No casualmente, me tropecé con el suyo.
    Desde el primer instante, me di cuenta de que estaba delante de una de esas personas que desean ver cumplidos sus sueños. Y el de Fátima era evidente: ser escritora.
    Días después, adquirí un ejemplar de La Guinda del Pastel.
    Personalmente, creo que es una obra amena, muy bien redactada y con un tema central claro: el reto personal de su protagonista, Joana, de superarse a sí misma y encontrar su camino.
    Muchas felicidades, Fátima.
    Un abrazo.
    Vanessa Aguilar

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  2. Por falta de tiempo leo menos de lo que me gustaria. Este libro es ameno, fresco y se empieza a leer y no puedes dejarlo. me ha gustado por lo facil de su lectura y es la vida misma.
    Enhorabuena fatima y espero seguir leyendo cosas tuyas.
    muxus!!Vicky

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